jueves, 19 de julio de 2007

Sedución o Sexo forzado.



La idea de que machos y hembras tengan diferentes estrategias reproductivas está de acuerdo con la intuición. Desde el momento que el macho tiene que gastar cantidades (relativamente) pequeñas de energía para lograr el mismo premio reproductivo que la hembra, resulta lógico pensar que la mejor estrategia reproductiva para un macho consista en inseminar a un número alto de hembras. De hecho, las posibilidades reproductivas de los machos son, en teoría, fantásticas. Un solo gallo puede inseminar a todas las gallinas del corral. Un solo carnero puede preñar a todas las ovejas del rebaño. Desde el momento en que la inseminación es un acto mucho menos costoso, en tiempo y energía, que poner huevos o criar a los corderitos, los machos pueden tener (en teoría) un número de descendientes muy superior al de las hembras. Obviamente, para las hembras las cosas son bien distintas. Para ellas el éxito reproductivo depende del ‘trabajo duro’, es decir, de convertir recursos alimenticios en huevos o corderillos o lo que sea.
A primera vista, podríamos pensar que los machos son los grandes beneficiados del modo en que funcionan las cosas, ya que se llevan la mitad del premio con una inversión insignificante, sin embargo, la estrategia reproductiva del macho tiene un inconveniente fundamental: la competencia con otros machos. Aunque las posibilidades en términos reproductivos sean fantásticas, la dura realidad puede ser muy diferente ¿qué pasa con el macho que no consigue acceder a ninguna hembra? Sencillamente, que ese animal se enfrenta a la ‘muerte darwiniana’, que consiste en que sus genes no pasan a la siguiente generación. En definitiva, la estrategia reproductiva de los machos es mucho más insegura que la de las hembras. Éstas, al fin y al cabo, dependen de sí mismas siempre que hayan sido fecundadas. En cambio, para los machos la ‘vida es riesgo’. Es posible que algunos tengan un número desproporcionadamente alto de descendientes, pero ello será a costa de que otros machos no dejen ninguno. A los machos de la mayoría de las especies lo que les vale es apostar fuerte.
Por supuesto, el párrafo anterior contiene una generalización brutal. Tendríamos que analizar especie por especie cuál es la estrategia reproductiva de cada sexo. No obstante, la simplificación resulta útil siempre que recordemos que sobre esta idea básica han surgido miles de variaciones. Hemos visto que para los machos el factor limitante suele ser el acceso a las hembras, cuantas más mejor, pero ¿cuál es la estrategia óptima para las hembras? Puesto que ellas hacen casi toda la inversión, tienen más o menos garantizado el acceso a la reproducción, por lo tanto son las hembras las que pueden elegir al macho, ya que lo normal es que haya varios ‘pretendientes’. En primera instancia, lo que le interesa a la hembra es ‘pillar buenos genes’, o sea aparearse con machos que presenten características que favorezcan la supervivencia y la reproducción de la descendencia. Recordemos que para una hembra, la descendencia está compuesta de machos y hembras (generalmente al 50% pero esto no es una regla absoluta). A una gallina dada le ‘interesa’ que sus descendientes machos sean capaces de aparearse con muchas gallinas y dejar, a su vez, muchos descendientes. Por tanto, le interesará aparearse con gallos fuertes y agresivos, capaces de atraer a otras hembras y mantener a otros rivales a raya. Por otro lado, le ‘interesa’ que sus descendientes, machos y hembras, sean vigorosos y capaces de resistir a parásitos y depredadores. La clave del asunto estriba en que, puesto que existe un ‘exceso de capacidad inseminadora’ por parte del conjunto de los machos, las hembras pueden permitirse el lujo de ‘elegir’ aparearse con aquellos que resulten mejores para sus intereses reproductivos.
Esta sencilla idea se conoce como selección sexual y fue propuesta por Charles Darwin como solución al misterio de las diferencias entre sexos. La idea no fue muy bien acogida al principio, cosa que no resulta extraña. Lo que Darwin estaba diciendo es que la elección del macho por parte de las hembras constituye una de las herramientas básicas de la evolución. Para una sociedad tan mojigata y sexista como la de la Inglaterra victoriana, esto tenía que resultar difícil de asimilar. Y sin embargo, Darwin tenía razón.
En general, la idea de la selección natural nos sugiere imágenes de una lucha despiadada: garras y dientes. Solemos atribuir la capacidad de supervivencia a cosas tales como la habilidad para cazar o para evitar a los depredadores. Naturalmente, esto es una parte del proceso pero no el fenómeno entero. El éxito ‘darwiniano’ consiste en dejar muchos descendientes. Para ello hay que sobrevivir en sentido estricto (comer y no ser comido) pero también hay que aparearse. Las características óptimas para estas dos cuestiones pueden ser muy diferentes. Darwin solía decir: “Es más importante ser bello que ganar una batalla”. El propio Darwin definió selección sexual como “la ventaja que determinados individuos tienen sobre otros de la misma especie y del mismo sexo, en lo que se refiere exclusivamente a la reproducción”.
Muchas de las características que aparecen en la Naturaleza pueden explicarse únicamente mediante este mecanismo; tal es el caso de las imponentes cornamentas de los ciervos, el plumaje de los colibríes o la increíble cola del pavo real. Este último caso constituye el ejemplo clásico de selección sexual y ha sido objeto de mucha especulación por parte de los biólogos. Está muy claro que para el macho del pavo real, la cola es un verdadero órgano de seducción, donde tamaño y colorido cuentan. Se ha comprobado que el éxito reproductor de los machos de esta especie depende enormemente de estas características. El problema es que una cola tan descomunal acaba siendo un inconveniente grave para los aspectos no reproductivos de la supervivencia ¿Han visto alguna vez un pavo real volando? Es un espectáculo patético.
Hasta hace algunos años, los expertos estaban convencidos de que la selección sexual podía ser, en algunos casos, arbitraria. En este caso concreto, se suponía que a las hembras de pavo real les había dado por preferir machos de cola vistosa y que una vez establecida esta preferencia dentro de la población, la competencia actuaba en el sentido de favorecer el aumento de la cola. Evidentemente, a una hembra le conviene aparearse con un macho ‘atractivo’, puesto que así sus hijos serán también atractivos y se reproducirán más. También se pensaba que esta ‘carrera armamentística’ podía llevar a la desaparición de la especie, cuando todos los machos fueran ‘super-atractivos’ pero incapaces de volar. No obstante, a finales de los años 90, Amotz Zahavi propuso el denominado ‘principio del handicap’, que explicaba la aparente ‘estupidez’ de la elección de las hembras del pavo real. Según este principio, las hembras no son tan tontas al fin y al cabo; una cola tan exageradamente larga constituye una ‘prueba’ de que su portador tiene ‘buenos genes’ ya que ha sido capaz de sobrevivir a pesar del ‘lastre’ que supone dicha cola. De alguna forma, el mensaje del macho es: “Mírame, mi cola no sólo es irresistiblemente hermosa, sino que además constituye una prueba de mis capacidades como ave superviviente. Observarás que los depredadores no han logrado atraparme, porque soy rápido como una centella a pesar de lo difícil que resulta volar con este trasto”.
En definitiva, para los machos de numerosas especies es fundamental tener características que los hagan atractivos a los ojos de las hembras. Sin embargo, existe una estrategia alternativa –aunque no demasiado elegante- que es el sexo forzado. Evidentemente, tal conducta opera en contra de la estrategia reproductiva de la hembra, la cual pierde la capacidad de elegir con qué macho se aparea, lo cual puede tener consecuencias negativas sobre el número de descendientes que pueda dejar en la siguiente generación. En el delfín mular (Turpsiops truncatus) se ha visto que los machos forman bandas de 2 o 3 individuos para “raptar” y “violar repetidamente” a hembras en celo (2). Estas bandas mantienen a la hembra separada de su grupo, a base de golpes y mordiscos y se aparean con ella por turnos (a veces intentan hacerlo al mismo tiempo). Tienen que hacerlo en grupo por la sencilla razón de que es imposible para un delfín aparearse a la fuerza sin la cooperación de otros individuos. Supongo que los lectores muy afectados por el “miedo al antropomorfismo” levantarán la ceja; sin embargo, es evidente que la conducta de los delfines macho está encaminada a monopolizar la capacidad reproductiva de la hembra en contra de su voluntad, por tanto, el término “violación” no constituye una metáfora, sino una descripción adecuada de dicha conducta. Recordemos que es imposible interpretar la conducta de los animales sin admitir que éstos tienen “fines”.
Esta tensión entre las estrategias evolutivas de machos y hembras puede desembocar en una guerra evolutiva entre sexos. Si los machos desarrollan adaptaciones que faciliten el sexo a la fuerza es muy posible que las hembras desarrollen a su vez otras adaptaciones que lo dificulten. El proceso puede tener lugar generación tras generación –como una carrera de armamentos- si cada paso conlleva ventajas reproductivas a quien lo posee. Esto es lo que parece haber ocurrido en varias especies de patos, según ha publicado Patricia Brennan y colaboradores en la prestigiosa Public Library of Science.

Entre las aves el sexo forzado es algo muy poco corriente. No es de extrañar si tenemos en cuenta que, en general, los machos carecen de pene propiamente dicho, teniendo una “abertura cloacal” no demasiado diferente en apariencia a la de la hembra. Durante el apareamiento, las dos aberturas entran en contacto permitiendo la entrada de esperma. Las anátidas constituyen una excepción a esta regla. Los machos de estas especies poseen penes de longitudes muy diferentes (1.25-40 cm) y el sexo a la fuerza ha sido observado frecuentemente en muchas especies de anátidas. Lo que estos investigadores han encontrado es que entre estas especies también hay una notable variedad morfológica en la genitalia femenina, incluyendo vaginas de forma espiralada o conductos sin salida. Estas estructuras parecen “diseñadas” para contrarrestar la posibilidad de que la hembra sea inseminada contra su voluntad. El análisis sistemático de la morfología genital en 16 especies de anátidas sugiere que, en efecto, se ha producido un proceso de co-evolución, en el cual a la adquisición de penes de mayor tamaño (lo que facilita el sexo forzado) ha seguido el desarrollo de vaginas de morfología complicada,(lo que lo dificulta.
Fuente. Oxford University. Rodolfo Coricelli

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