miércoles, 4 de abril de 2007

La importancia de Las bienales



La del Fin del Mundo, una audaz convocatoria a artistas de 17 países en la ciudad más austral del planeta, inauguró un espacio de reflexión sobre el cambio climático

Leonor Amarante atraviesa con paso rápido el lobby del hotel El Glaciar, sede oficial de I Bienal del Fin del Mundo, que ha transformado a la ciudad más austral del planeta en el epicentro del arte actual. Ya está todo listo para la apertura y por la sonrisa de esta enérgica paulista, dos veces curadora de la Bienal del MERCOSUR; traductora de la obra de Bonito Oliva al portugués; buena amiga del suizo Harald Szeemann -hasta su muerte, ocurrida en febrero de 2006, el curador más respetado del mundo occidental-, se adivina que la nueva bienal es una gran oportunidad, porque el mundo está mirando al Sur con más interés del que todos imaginamos.

Los formatos de las bienales han cambiado desde que fue creada la Bienal de Venecia a fines del siglo XIX. La madre de todas las bienales, como se conoce a la "mostra" veneciana, tenía como objeto explícito reunir en un solo lugar las expresiones del arte contemporáneo internacional, pero, en el fondo, entonces como ahora, una bienal tiene siempre una segunda intención: potenciar la ciudad donde se realiza y posicionar a los artistas del país que la organiza.

En la huella del modelo veneciano, Cicillo Matarazzo fundó en 1951 la Bienal de San Pablo, convertida en poco tiempo en un faro mundial del arte. Los contactos de Matarazzo, su influencia como hombre de negocios y gran coleccionista, acercó al Brasil obras impresionantes como el Guernica de Picasso, para la segunda edición, y en los años sesenta las pinturas del pop norteamericano que tanta influencia tendría luego en la producción del vecino país.

Pensar una bienal para Ushuaia, que es literalmente el Fin del Mundo, fue una combinación de audacia y sentido de la oportunidad.

Esta nueva bienal abandona el modelo decimonico de Venecia y se pliega a los nuevos formatos, que, en realidad, como bien observó Leonor Amarante en su discurso de apertura, sigue las líneas marcadas por la Documenta de Kassel desde su creación, en 1959.

Una bienal sirve para posicionar artistas, ciudades, para incentivar el turismo, legitimar movimientos, activar el deseo de los coleccionistas y crear conciencia entre los gobernantes del capital activo que es el arte. Venecia ha tenido un largo reinado con sus pabellones nacionales, y la magia que supone albergar una muestra de arte en una ciudad que es en sí misma obra de arte. Los pabellones nacionales han sido desde siempre fuente de orgullo para los países participantes y también desde siempre una herida narcisista para la Argentina, que no tiene pabellón; sí lo tienen Brasil y Uruguay. La última oportunidad se perdió con el espacio cedido a China, que por razones obvias presiona con su creciente liderazgo mundial

Rodolfo Coricelli

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