martes, 8 de mayo de 2007

Pirámide mortal


Cuando ocuparon la Meseta Central de México, en el siglo XIII, los misteriosos teotihuacanos cuya cultura había alcanzado su apogeo alrededor del siglo v de nuestra era tenían ya mucho tiempo de haber desaparecido. Para entonces su gran centro ceremonial, donde en otros tiempos se reunían decenas de miles de personas alrededor de sagrados monumentos de piedra, ya se encontraba cubierto por una gruesa capa de vegetación. Los aztecas le dieron nombre a esta ciudad y, conforme a sus propias creencias, a sus estructuras más importantes: pirámides del Sol y de la Luna. Supusieron que algunas construcciones eran tumbas, por lo cual la calle principal fue denominada Calzada de los Muertos.

Sus conjeturas resultaron ser bastante acertadas. Recientemente, las excavaciones han puesto al descubierto opulentos y aterradores entierros dentro de la pirámide de la Luna. Los arqueólogos se adentraron 43 metros en la estructura de piedra y encontraron cinco emplazamientos funerarios. Después de extraer la mayor parte de la tierra y los escombros, cada sitio se reforzó con vigas de acero para evitar accidentes. Con ayuda de una bomba se introducía aire fresco desde el exterior para permitir el trabajo de los arqueólogos. Al remover las últimas capas de tierra se revelarían las escenas de la matanza: cabezas cercenadas y restos de guerreros y dignatarios extranjeros, además de mamíferos carnívoros, aves de rapiña y reptiles venenosos.

La evidencia indica que todos los muertos fueron víctimas de sacrificios rituales para consagrar las sucesivas etapas de la construcción de la pirámide.

El sacrificio más antiguo data aproximadamente del año 200 d. C. y marca un importante crecimiento de la pirámide. Aparentemente, un extranjero herido –casi con certeza un prisionero de guerra fue enterrado vivo con las manos atadas a la espalda. Estaba rodeado de animales que representaban poderes míticos y supremacía militar: un lobo, un halcón, un búho, pumas, águilas y víboras de cascabel. Algunos de los animales también fueron enterrados vivos, dentro de jaulas. Había también ofrendas finamente elaboradas, entre las cuales se encontraban armas de obsidiana y una figurilla sólida de jade, quizá una diosa de la guerra, a quien estaba dedicado el entierro. Cada uno de ellos resultó diferente al anterior, pero todos guardaban un mismo propósito: ‘’El sacrificio humano era importante para controlar a la gente, para convencerla que hiciera lo que sus gobernantes deseaban.

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